Wednesday, July 2, 2008

Sin ideas y atrasado veinte años.

Un enfoque interesante al futuro del actual gobierno puede encontrarse aquí.
Aparentemente, el Kirchnerismo no posee el "tanque" de ideas necesario para afrontar su futuro coyuntural. Su oscurantismo niega todo debate del futuro argentino al resto de los que piensan más o menos como ellos pero que no son "ellos" (hablo de la exclusión de sus propios aliados, no de que se siente a conversar con Carrió). Esto incluye la desautorización constante, aún de sus mismos ministros (tema que termina perjudicando el nivel de los mismos, obviamente, al saber a qué se exponen cuando asumen una posición algo divergente, correctiva o conciliadora).
El reducido círculo, útil para otras cuestiones de la "política real", está evidentemente escaso de ese famoso "pensamiento progresista" en la generación de ideas. Hasta el momento, sigue puesta la función "piloto de tormentas", quizá por paranoia, quizá por escasez de voluntad de cambiar el funcionamiento interno del grupo de poder. Los mayores "ideólogos" del grupo lo son a nivel declamatorio, mezclando medias verdades con el stalinismo (por lo menos, en la búsqueda constante de "quintacolumnas") propio de su formación de cuadro. De ahí a hablar de "oligarquía nacional" para referirse a todos los productores que protestaron (obedece al mismo reflejo que del otro lado hace que los fachos recoleteros vean cualquier lógica de reparto como una "bolcheviqueada" o como "populismo"), cuando el debate no es el mote del colectivo, sino cuál es la parte de sus argumentos que son razonables. ¿Quiere Kirchner la desaparición de esa oligarquía nacional? No lo va a hacer restándole recursos económicos, eso seguro. Lo único que hará es obligarlos a fortalecerse políticamente. Antiguamente, iban a golpear a los cuarteles, porque era la vía rápida. Pero es un error creer que a la clase media alta Argentina le interesa gobernar. Méndez lo demostró: prefiere el vapor del sueño high class, la posibilidad de encerrarse en un país dentro de otro país,
Mientras los problemas inherentes al 1 a 1 iban disipándose al ritmo del nuevo dólar caro, las cosas fueron bastante bien (políticamente hablando). Los problemas, o eran urgentes y se imponían solos en la agenda, o no había demasiado qué hacer en el corto plazo. Mientras, los reclamos de reparación histórica y judicial, postergados por la debilidad de Alfonsín, la traición de Méndez (que, les recuerdo a todos los que hoy se ufanan, era peronista) o la defección en masa de la Alianza, fueron sostenidos desde el gobierno (a no dudarlo, el núcleo duro de los sicarlistas está dentro de los que recibieron la reparación histórica, como si fuera imposible -desde aquí también- otro nivel de participación que el de ser -o sonar- totalmente convencido), quizá su más grande negocio político. Los problemas no son correctamente dimensionados o se carece del tiempo de debate y la experticia necesarias para perfeccionar políticas concretas (el núcleo del problema de las retenciones móviles es ése: la herramienta es imperfecta al traducir la dialéctica del propio gobierno, desmintiéndola por errores o alcances inesperados, lo que lleva a que, en vez de cerrar el debate sobre la norma, cualquiera pueda discutir la posición global del gobierno sobre la redistribución). No es un bonapartismo como consecuencia de un gobierno fuerte, sino al contrario, el poder político no sabe cómo salir de su propia paranoia. Y se pega patadas a sí mismo cada vez que le pega a Cobos, o expone a que le peguen a cualquier persona que sube a su estrado, (aunque sea D'Elia). 
Esperar a que un fortuito aumento de las commodities permitiera agrandar el bocado gigante que ya se les sacaba a los productores agropecuarios para pensar en los pobres (utilizando mal el concepto de "redistribución") no habla de genios sino de oportunistas. Las intenciones original iban más de la mano de frenar el índice Moreno -cosa que quita el sueño a Kirchner- apuntando más al trigo que a la soja, y recaudar un poco más pero ahí si apuntándole a la soja. Negándose a entender la política como algo integral (algo que su tan mentado -en estos días- Perón sí entendía bien) y aplicando el escondrijo y la sorpresa, como si los anuncios en este país sólo sirvieran para engatusar con trenes bala o repentinos hospitales que nunca se construirán.
Al final, el kirchnerismo morirá como todo los intentos locales de trascender sin autocrítica. Le pasó a Alfonsín con el tercer movimiento histórico, a Menem con su pragmatismo primermundista, a De la Rúa con su eurosocialismo vernáculo en cámara lenta, a Duhalde con su fallida "reunión de argentinos". Estamos viendo el principio del fin: un gobierno que debe construirse desde fuera del debate, con constantes amenazas a los que sacan los pies del plato o se ponen a la sombra.
Lo peor de todo es que se levantan banderas muy queridas, por lo menos, para quien esto escribe. También resulta difícil convencer a gente que uno estima del error de seguir en el sicarlismo, de creer que esto es "mejor que nada". Ver a Bonafini desacatada, amparada al igual que Blumberg en un dolor indiscutible pero que no es una licencia para matar, provoca sentimientos confusos.
Y quien provoca estos desmanes lo sabe, y se sonríe por dentro.

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